sábado, 11 de abril de 2009

La Resurrecciòn de Cristo




Lo que dice el Libro de Urantia (LU)... Hacia una nueva percepciòn

EL VIERNES por la tarde, poco después del entierro de Jesús, el jefe de los arcángeles de Nebadon, a la sazón presente en Urantia, convocó su concilio para la resurrección de las criaturas volitivas durmientes y empezó a considerar las posibles técnicas de restitución de Jesús. Estos hijos del universo local, las criaturas de Micael, reunidos tomaron esta decisión por sí solos; Gabriel no los había convocado. A medianoche ya habían llegado a la conclusión de que la criatura nada podía hacer para facilitar la resurrección del Creador. Estaban dispuestos a aceptar el consejo de Gabriel, quien les instruyó que, puesto que Micael había «dado su vida por su propio y libre albedrío, tiene también el poder de volver a tomar posesión de ésta según su propia decisión». Poco después de que se levantara este concilio de arcángeles, los Portadores de Vida, y sus varios asociados en la tarea de rehabilitación de la criatura y de creación morontial, el Ajustador Personalizado de Jesús, personalmente a cargo de las huestes celestiales reunidas en ese momento en Urantia, dijo estas palabras a los espectadores en ansiosa espera:

«Ninguno de vosotros puede hacer nada para ayudar a vuestro Padrecreador a retornar a la vida. Como mortal del reino él ha experimentado la muerte mortal; como Soberano de un universo, él vive. Lo que observáis es el tránsito mortal de Jesús de Nazaret de la vida en la carne a la vida en la morontia. El tránsito espiritual de este Jesús fue completado en el momento en que yo me separé de su personalidad y asumí el cargo de director temporal de vosotros. Vuestro Padre-creador ha elegido pasar a través de la experiencia total de sus criaturas mortales, desde el nacimiento en los mundos materiales, a través de la muerte natural y la resurrección morontial, hasta el estado de existencia espiritual verdadera. Estáis a punto de observar cierta fase de esta experiencia, pero no podéis participar en ésta. Esas cosas que vosotros ordinariamente hacéis por la criatura, no podéis hacerlas por el Creador. Un Hijo Creador tiene en sí mismo el poder de autootorgarse en semejanza de cualquiera de sus hijos creados; él tiene en sí mismo el poder de ofrendar su vida observable y de volver a poseerla; y él tiene este poder por mando directo del Padre del Paraíso, y yo sé de qué yo digo».

Cuando escucharon las palabras del Ajustador Personalizado, todos ellos, desde Gabriel hasta el querubín más humilde, adoptaron una actitud de ansiosa expectativa. Veían el cuerpo mortal de Jesús en el sepulcro; detectaban síntomas de la actividad universal de su Soberano amado; y como no comprendían estos fenómenos, esperaron pacientemente lo que sobrevendría.

EL TRÁNSITO MORONTIAL


A las dos cuarenta y cinco del domingo por la madrugada, la comisión de encarnación del Paraíso, formada de siete personalidades del Paraíso no identificadas,
llegó al sitio, desplegándose inmediatamente alrededor del sepulcro. A las tres menos diez, comenzaron a emanar del nuevo sepulcro de José intensas vibraciones de actividades materiales y morontiales combinadas, y dos minutos después de las tres este domingo por la mañana, 9 de abril del año 30 d. de J.C., la forma y personalidad morontial resucitada de Jesús de Nazaret salió del sepulcro.

Cuando Jesús resucitado emergió de su tumba, el cuerpo de carne en el que había vivido y trabajado en la tierra por casi treinta y seis años aún yacía allí en el nicho del sepulcro, tal cual y envuelto en el sudario de lino, tal como lo dispusieran para su reposo José y sus asociados el viernes por la tarde. La piedra de la entrada del sepulcro tampoco fue movida para nada; el sello de Pilato permanecía intacto; los soldados aún estaban de centinela. Los guardianes del templo habían permanecido continuamente de guardia; la guardia romana fue reemplazada a la medianoche. Ninguno de estos seres vigilantes sospechó que el objeto de su vigila se había levantado, en una nueva y más alta forma de existencia, y que el cuerpo que ellos estaban vigilando ya no era sino un indumento exterior desechado, ya sin conexión alguna con la personalidad morontial entregada y resucitada de Jesús.

La humanidad es lenta en percibir que, en todo lo personal, la materia es el esqueleto de morontia, y que ambos constituyen la sombra reflejada de la realidad espiritual duradera. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que lleguéis a considerar que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad y el espacio la sombra huidiza de las realidades del Paraíso?

Por lo que podemos juzgar, ninguna criatura de este universo ni personalidad de otros universos tuvo nada que ver con esta resurrección morontial de Jesús de Nazaret. El viernes, él dio su vida como un mortal del reino; el domingo por la mañana, la volvió a poseer como un ser morontial del sistema de Satania en Norlatiadek. Mucho hay sobre la resurrección de Jesús que nosotros no comprendemos. Pero sí sabemos que ocurrió tal como lo hemos declarado y aproximadamente a la hora indicada. También podemos registrar que todos los fenómenos conocidos asociados con este tránsito mortal, o resurrección morontial, ocurrieron allí mismo, en el nuevo sepulcro de José, donde yacían los restos mortales de Jesús envueltos en las vendas fúnebres.

Sabemos que ninguna criatura del universo local participó en este despertar morontial. Percibimos las siete personalidades del Paraíso que rodean la tumba, pero no los vimos hacer nada en relación con el despertar del Maestro. En el momento en que Jesús apareció junto a Gabriel, encima del sepulcro, las siete personalidades del Paraíso indicaron su intención de partir inmediatamente para Uversa.


Aclaremos para siempre el concepto de la resurrección de Jesús con las siguientes declaraciones:

1. Su cuerpo material o físico no fue parte de la personalidad resurgida. Cuando Jesús salió de la tumba, sus restos carnales permanecieron sin cambios en el sepulcro. El emergió del sepulcro, sin desplazar las piedras que cerraban la entrada y sin romper los sellos de Pilato.

2. No salió de la tumba como espíritu ni como Micael de Nebadon; no apareció en forma de Soberano Creador, como había sido antes de su encarnación en la semejanza de carne mortal en Urantia.

3. Salió de esta tumba de José en la misma semejanza de las personalidades morontiales de los que, como seres ascendentes morontiales resucitados, emergen de las salas de resurrección del primer mundo de estancia de este sistema local de
Satania.
Y la presencia del monumento a Micael en el centro del vasto patio de las salas de resurrección en el primer mundo de estancia nos lleva a conjeturar que la resurrección del Maestro en Urantia fue en cierto modo fomentada en éste, el primero de los mundos de estancia del sistema.

El primer acto de Jesús al levantarse de la tumba fue saludar a Gabriel e instruirlo que continuara con el cargo ejecutivo de los asuntos del universo bajo Emanuel; solicitó luego al jefe de los Melquisedek que transmitiera a Emanuel sus saludos fraternales. Entonces pidió él al Altísimo de Edentia la certificación de los Ancianos de los Días en cuanto a su tránsito mortal; y volviéndose hacia los grupos morontiales de los siete mundos de estancia, allí reunidos para saludar y dar la bienvenida a su Creador en semejanza de criatura de su orden, Jesús dijo las primeras palabras de su carrera postmortal. Dijo el Jesús morontial: «Habiendo completado mi vida en la carne, deseo permanecer aquí por un corto período de transición, para poder conocer más plenamente la vida de mis criaturas ascendentes y revelar ulteriormente la voluntad de mi Padre en el Paraíso».

Después que hubo hablado Jesús, hizo un gesto al Ajustador Personalizado, y todas las inteligencias de este universo que se habían reunido en Urantia para presenciar la resurrección fueron inmediatamente despachadas a sus respectivas asignaciones en el universo.

A continuación inició Jesús los contactos con el nivel morontial, siendo presentado, como criatura, a los requisitos de la vida que había elegido vivir, por un corto período, en Urantia. Esta iniciación en el mundo morontial requirió más de una hora de tiempo terrestre y fue interrumpida dos veces por su deseo de comunicarse con sus previas asociadas en la carne cuando éstas salieron de Jerusalén para espiar la tumba vacía y descubrir maravilladas lo que ellas consideraban prueba de su resurrección.

Ya se ha completado el tránsito mortal de Jesús: la resurrección morontial del Hijo del Hombre. La experiencia transitoria del Maestro como personalidad intermedia entre lo material y lo espiritual, ha comenzado. Él lo ha hecho todo mediante su poder inherente; ninguna personalidad le ha dado ayuda alguna. Ahora vive como Jesús de morontia, y al comenzar su vida morontial, su cuerpo material carnal yace tal cual en la tumba. Lo soldados siguen vigilando, y las piedras de la entrada permanecen selladas por el sello del gobernador.

EL CUERPO MATERIAL DE JESÚS

A las tres y diez, mientras el Jesús resurgido fraternizaba con las personalidades morontiales reunidas de los siete mundos de estancia de Satania, el jefe de los arcángeles —los ángeles de la resurrección— se acercó a Gabriel y pidió el cuerpo mortal de Jesús. Dijo el jefe de los arcángeles: «Se entiende que no participemos en la resurrección morontial de la experiencia autootorgadora de Micael nuestro soberano; pero quisiéramos que sus restos mortales fueran entregados a nuestra custodia para su disolución inmediata. No tenemos la intención de utilizar nuestra técnica de desmaterialización; simplemente queremos invocar el proceso del tiempo acelerado. Basta con que hayamos presenciado la vida y la muerte del Soberano en Urantia; las huestes celestiales querrían ahorrarse el recuerdo de soportar el espectáculo de la lenta putrefacción de la forma humana del Creador y Sostenedor de un universo. En nombre de las inteligencias celestiales de todo Nebadon, solicito un mandato que se me entregue la custodia de los restos mortales de Jesús de Nazaret y que nos dé la autoridad para proceder a su disolución inmediata».
Después de conferenciar Gabriel con el decano de los Altísimos de Edentia, el arcángel portavoz de las huestes celestiales recibió el permiso para disponer de los restos físicos de Jesús de la manera que él considerara apropiada.

Una vez que el jefe de los arcángeles obtuvo el permiso, llamó a muchos de sus semejantes para que le ayudaran, juntamente con numerosas huestes de representantes de todas las órdenes de las personalidades celestiales y, con la ayuda de los seres intermedios de Urantia, se hizo cargo del cuerpo físico de Jesús. Este cuerpo mortal era una creación puramente material; era físico y literal; no se lo podía sacar de la tumba en la forma en que escapara del sepulcro sellado la forma morontial de la resurrección. Con la ayuda de ciertas personalidades auxiliares morontiales, la forma morontial puede transformarse en cierto momento como en espíritu, volviéndose indiferente a la materia común, mientras que en otro momento puede ser discernible y accesible por los seres materiales, tales como los mortales del reino.

Para sacar el cuerpo de Jesús del sepulcro, en preparación para disponer de los restos digna y reverentemente mediante una disolución casi instantánea, a los seres intermedios secundarios de Urantia se les dio la tarea de hacer rodar las piedras de la entrada de la tumba. La más grande de las dos piedras era una gran roca redonda, semejante a una rueda de molino, y se movía dentro de una huella abierta en la roca, de modo que se la podía hacer rodar hacia atrás y hacia adelante para abrir o cerrar la tumba. Cuando los guardianes judíos y los soldados romanos, en la escasa luz de la madrugada, vieron que esa enorme piedra comenzaba a rodar abriendo la entrada de la tumba, aparentemente por sí sola —en ausencia de todo medio visible que explicara tal movimiento— los dominó el terror y el pánico, y huyeron del sitio de prisa. Los judíos huyeron a su casa, volviendo más tarde para relatar estas cosas a su capitán en el templo. Los romanos huyeron al fuerte de Antonia e informaron al centurión sobre lo que habían visto en cuanto él llegó al cuartel.

Los líderes judíos se metieron en la sórdida tarea de supuestamente deshacerse de Jesús, sobornando al traicionero Judas; ahora, al enfrentarse con esta situación embarazosa, en vez de pensar que castigaran a los guardianes por haber abandonado su puesto, ellos los sobornaron, así como también a los soldados romanos. Pagaron una suma de dinero a cada uno de estos veinte hombres y les instruyeron que dijeran a todos: «Durante la noche, mientras estábamos durmiendo, se precipitaron sobre nosotros los discípulos y se llevaron el cuerpo». Y los líderes judíos prometieron solemnemente a los soldados que los defenderían ante Pilato en caso de que alguna vez el gobernador se enterase de que ellos se habían dejado sobornar.

La creencia cristiana de la resurrección de Jesús se ha basado en el hecho de la «tumba vacía». Fue en verdad un hecho de que la tumba estaba vacía, pero ésta no fue la verdad de la resurrección. La tumba estaba realmente vacía cuando llegaron los primeros creyentes, y este hecho, asociado con el de la resurrección indudable del Maestro, llevó a la formulación de una creencia que no era verdad: la enseñanza de que el cuerpo material y mortal de Jesús había resucitado del sepulcro. La verdad relacionada con las realidades espirituales y los valores eternos, no siempre puede deducirse de la combinación de hechos aparentes. Aunque ciertos hechos pueden ser materialmente verdad, esto no significa que la asociación de un grupo de hechos deba necesariamente conducir a conclusiones espirituales verdaderas.
La tumba de José estaba vacía, no porque el cuerpo de Jesús hubiera sido rehabilitado ni resucitado, sino porque las huestes celestiales habían solicitado, y recibido el permiso, para realizar una disolución especial y singular, un retorno del «polvo al polvo» evitando la intervención del paso del tiempo y el efecto de los procesos ordinarios y visibles de la descomposición mortal y la corrupción material.
Los restos mortales de Jesús sufrieron el mismo proceso natural de desintegración de los elementos que caracteriza a todos los cuerpos humanos en la tierra, excepto que, en cuanto al paso del tiempo, este modo natural de disolución fue grandemente acelerado, hasta el punto en que se volvió casi instantáneo.

Las verdaderas pruebas de la resurrección de Micael son de naturaleza espiritual, aunque esta enseñanza haya sido corroborada por el testimonio de muchos mortales del reino que se encontraron con el Maestro morontial resucitado, lo reconocieron, y comulgaron con él. Él fue parte de la experiencia personal de casi mil seres humanos, antes de despedirse finalmente de Urantia.
Éste es pues el relato de los acontecimientos de la resurrección de Jesús visto por los que tuvieron la oportunidad de presenciarlos mientras realmente ocurrían, sin las limitaciones de una visión humana parcial y restringida.

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