miércoles, 4 de abril de 2012

Lo que no sabemos de Nosotros Mismos


A veces tememos hacernos preguntas. Uno prefiere vivir ignorándose en muchos campos porque tal vez temamos las respuestas que nos daríamos a nosotros mismos de ser sometidos a un interrogatorio.
         Estamos demasiado seguros de no hacer esto o aquello e incluso nos permitimos opinar sobre quien se comporta de un modo que no aprobamos. Pero la realidad es otra. Necesitamos experiencias que nos pongan a prueba. De nada vale ser monjes en un convento. Hay que serlo y mantenerlo dentro de la vorágine de la vida. Y eso, es difícil.
         Es fácil dejarnos llevar por la crítica y emitirla sin piedad sobre otros, pero cuando las circunstancias nos ponen al límite descubrimos que no sabemos demasiado sobre nuestra capacidad de resistencia, nuestra voluntad, nuestra bondad, nuestros rencores o los odios enconados que han quedado en un rincón esperando la luz. Por eso es necesario no resistirse a los cambios. Vivir experiencias que nos pongan frente a nosotros mismos y hagan tambalear esos pilares que creemos tan sólidos por los que juzgamos al resto con dureza.
         Hay que ser tolerantes con lo que vayamos descubriendo y pensar que posiblemente sin ese mal paso que hemos dado, sin el fracaso que hemos tenido o sin el error cometido, nunca nos conoceríamos verdaderamente.
         Con los años, uno se suaviza. Y si no aprendemos a alisar nuestro corazón no habremos aprendido nada. Esa superficie pulimentada debe dar cabida a los errores del resto y permitir que los demás se equivoquen por sí mismos.
         Esto debemos aplicarlo sobre todo a los seres más cercanos, a los más queridos. Nadie puede evitar los sufrimientos que los padres, los hermanos o los hijos deban pasar. La escuela de cada uno es para cada uno. Está hecha a su medida, con las lecciones justas y los aprendizajes exactos.
         Nos duele que los hijos tengan que pasar por los dolores que ya hemos aprendido a superar y queremos, en un instante, pasarles esa sabiduría que pegada a nuestra piel solamente puede esperar a fundirse en un abrazo de bienvenida cuando el muchacho, de nuevo, regrese a nosotros.
         Hemos de serenarnos. Nunca pasa lo que no deba pasar y seguro que lo que pase será otra lección más que la otra persona no olvidará por haberla aprendido por sí mismo.
         Siempre podemos estar esperando para compartir la vivencia de lo que en cada uno nos ha supuesto pasar por experiencias semejantes.
         Entonces, cuando se produce este deseado encuentro…todo fluye y ahí, en ese momento sí es el lugar idóneo para completar lo vivido con los afectos que ahora se recibirán con los mejores deseos.
Fuente:
mirarloquenoseve.blogspot.com.

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